O Ocidente
Otro sujeto que corre el riesgo de perder la fuerza de la identidad es todo Occidente.
El sentido de la identidad nace a menudo en los individuos y en los pueblos por contraste, cuando las circunstancias de la historia y de la vida nos obligan a establecer una diferencia entre “nosotros” y “los demás”. En Occidente, se hubiera podido hacer frente al fenómeno del resurgimiento islámico. Pero no ha ocurrido así, o ha ocurrido escasas veces y sobre todo en Estados Unidos.
En un gélido comunicado difundido después de la masacre de Madrid del 11 de marzo de 2004, se dice: “Hoy, Al Qaeda, independientemente de su denominación local, ha destruido en los occidentales, habituados por sus medios a minimizar el peligro del terrorismo, su sentido de la seguridad”. En centenares de otros comunicados se proclama la “ jihad contra los judíos y los cruzados”. Esto significa que en tanto que occidentales, no nos convertimos en blancos por lo que hacemos, sino por lo que somos. Nuestra culpa no es la de actuar sino la de ser. En otras palabras, para los terroristas, nuestra culpa reside en nuestra identidad.
¿Cómo hemos reaccionado? ¿Hemos reivindicado nuestra identidad de judíos y de cruzados? ¿Hemos demostrado nuestro orgullo? Al contrario. Frente al fundamentalismo y al terrorismo islámico, se ha extendido por todo Occidente un sentimiento de resignación, de retirada e incluso de rendición.
El pensamiento medio y más difundido ha sido más o menos el siguiente. Si los fundamentalistas y los terroristas nos han denominado “el gran Satán”, si nos consideran una civilización decadente, a la que han declarado la jihad, entonces debe existir una razón. Y esta razón se deriva de una injusticia. Y si hay una injusticia es que alguien la ha provocado. Si alguien la ha provocado entonces el Occidente rico es el culpable. Y si Occidente es culpable, el fin de la jihades vengarse de estos delitos.
Algunos líderes europeos han razonado más o menos así, con la vista puesta en Estados Unidos. Millones de pacifistas occidentales les han seguido. Muchos intelectuales les han enseñado el camino. Noam Chomsky, por ejemplo, ha declarado que Estados Unidos es “un Estado terrorista”. José Saramago ha escrito que “Israel debe comprender las razones que empujan a un ser humano a convertirse en una bomba”. Entre los muchos que han defendido o apoyado las razones del fundamentalismo, hay muchos que no distinguen lo bueno de lo malo en Occidente. En su libro Al Qaeda y lo que significa ser moderno(2003), el profesor John Gray de la London School of Economics ha escrito: “El comunismo soviético, el nacionalsocialismo y el fundamentalismo islámico se han descrito en su totalidad como ataques a Occidente. En realidad, se comprende mejor cualquiera de estos tres proyectos si se les entiende como un intento de realizar un ideal europeo moderno”.
Así es como se presenta hoy Occidente: como una tierra de penitentes que se dan golpes de pecho cada vez que alguien les culpa de algo.
Marcello Pera, La fuerza da la identidad
El sentido de la identidad nace a menudo en los individuos y en los pueblos por contraste, cuando las circunstancias de la historia y de la vida nos obligan a establecer una diferencia entre “nosotros” y “los demás”. En Occidente, se hubiera podido hacer frente al fenómeno del resurgimiento islámico. Pero no ha ocurrido así, o ha ocurrido escasas veces y sobre todo en Estados Unidos.
En un gélido comunicado difundido después de la masacre de Madrid del 11 de marzo de 2004, se dice: “Hoy, Al Qaeda, independientemente de su denominación local, ha destruido en los occidentales, habituados por sus medios a minimizar el peligro del terrorismo, su sentido de la seguridad”. En centenares de otros comunicados se proclama la “ jihad contra los judíos y los cruzados”. Esto significa que en tanto que occidentales, no nos convertimos en blancos por lo que hacemos, sino por lo que somos. Nuestra culpa no es la de actuar sino la de ser. En otras palabras, para los terroristas, nuestra culpa reside en nuestra identidad.
¿Cómo hemos reaccionado? ¿Hemos reivindicado nuestra identidad de judíos y de cruzados? ¿Hemos demostrado nuestro orgullo? Al contrario. Frente al fundamentalismo y al terrorismo islámico, se ha extendido por todo Occidente un sentimiento de resignación, de retirada e incluso de rendición.
El pensamiento medio y más difundido ha sido más o menos el siguiente. Si los fundamentalistas y los terroristas nos han denominado “el gran Satán”, si nos consideran una civilización decadente, a la que han declarado la jihad, entonces debe existir una razón. Y esta razón se deriva de una injusticia. Y si hay una injusticia es que alguien la ha provocado. Si alguien la ha provocado entonces el Occidente rico es el culpable. Y si Occidente es culpable, el fin de la jihades vengarse de estos delitos.
Algunos líderes europeos han razonado más o menos así, con la vista puesta en Estados Unidos. Millones de pacifistas occidentales les han seguido. Muchos intelectuales les han enseñado el camino. Noam Chomsky, por ejemplo, ha declarado que Estados Unidos es “un Estado terrorista”. José Saramago ha escrito que “Israel debe comprender las razones que empujan a un ser humano a convertirse en una bomba”. Entre los muchos que han defendido o apoyado las razones del fundamentalismo, hay muchos que no distinguen lo bueno de lo malo en Occidente. En su libro Al Qaeda y lo que significa ser moderno(2003), el profesor John Gray de la London School of Economics ha escrito: “El comunismo soviético, el nacionalsocialismo y el fundamentalismo islámico se han descrito en su totalidad como ataques a Occidente. En realidad, se comprende mejor cualquiera de estos tres proyectos si se les entiende como un intento de realizar un ideal europeo moderno”.
Así es como se presenta hoy Occidente: como una tierra de penitentes que se dan golpes de pecho cada vez que alguien les culpa de algo.
Marcello Pera, La fuerza da la identidad